Dedicado a todos los currantes de refugios, mi familia.
Somos coleccionistas de historias y contadores de cuentos. Somos gente de pueblo y navegantes de los cielos. Somos caminadores de mar y enamorados del mundo. Somos lo que somos y somos lo que hacemos, y nosotros somos animales viajeros, somos narradores de experiencias.
Hablamos del movimiento humano, del obligado y del elegido. Un movimiento que nos sirve para ampliar nuestros horizontes, para generar diferentes opiniones, para obtener más puntos de vista. Para perseguir nuestros sueños, para fascinarnos, para sorprendernos. Y está bien, es necesario moverse y descubrir el mundo que nos rodea. Pero en todo movimiento, también hay el “estarse quieto”, el “parar”. Este momento es el que todos necesitamos para nosotros mismos, para nuestros silencios, para nuestras mentes. Son esos momentos para poner en orden, para recapacitar, para entender y digerir. Puede que sea antes de subirse a un ferri, o en medio de un puente colgante tibetano, o al final de todo, a la vuelta del viaje, en el momento justo de poner la llave en la cerradura de casa. Esos momentos en los que el universo entra de golpe en nuestras mentes para iluminar los recuerdos.