Paros se tumba al sol mecida por el Egeo, como una bella muchacha con la piel dorada. La isla no siente envidia de sus famosas hermanas Mikonos y Santorini, porque está cómoda siendo el tesoro por descubrir de las Cícladas. Su pasado es lustroso: de sus entrañas salió el mármol blanco que sirvió para esculpir la Venus de Milo y la Victoria de Samotracia. Piensa con orgullo que nunca se rindió, ni siquiera cuando Melcíades, el héroe de la batalla de Maratón, quiso que le pagara un tributo por su apoyo a los persas. De hecho, cuando el general ateniense profanó su querido templo de Deméter, se hizo una herida que acabaría causándole la muerte. No, ella no tiene por qué tener envidia de nadie.

Hay muchas razones para amar a la bella Paros, la tercera isla en extensión de las Cícladas y el corazón geográfico del archipiélago. Un pedacito árido de tierra que atrapa a los viajeros.

1. Turismo no masificado

Aliki
Aliki. Foto: Flickr (Kostas Limitsios)

Paros tiene un tráfico de turistas considerable, pero no exagerado. De hecho, hay muchas zonas para capturar ese instante perfecto, donde sólo existimos nosotros y la isla. También es fácil diluirse en la autenticidad de sus gentes: la mezcla entre griegos y foráneos es tan armónica que uno siente que quiere quedarse por mucho tiempo.

2. Sus playas

Kolymbithres
Playa de Kolymbithres. Foto: Flickr (Kostas Limitsios)

Con 118 kilómetros de playas, hay donde elegir. Playas con chiringuito y hamacas, grandes y pequeñas, solitarias o sorprendentes. Hrysi Akti es muy apreciada por los surfistas, en Molos los visitantes se pueden dar baños de barro, y en la especial Kolymbithres disfrutar del espectáculo que ofrecen sus rocas volcánicas.

3. Parikia

Parikia
Parikia. Foto: Lydia Rodríguez

La capital de Paros tiene fama merecida de ser muy acogedora. Es un pueblo cicládico típico, con callejuelas blancas repletas de flores, molinos de viento y ermitas perdidas. Destaca la de la Santísima Virgen Catapoliani, una de las basílicas paleocristianas más antiguas de Grecia.

4. Naoussa

Puerto de Naoussa
Puerto de Naoussa. Foto: Flickr (A_Peach)

Naoussa es una flecha al corazón, es sal en la lengua y piel erizada. Dicen que su puerto pronto rivalizará con el de Mykonos, pero muchos creen que hace tiempo que lo superó. De día los pescadores tienden pulpos en barcas y puertas de restaurantes. De noche la gente puede ver veleros enmarcados en las ventanas de los pubs y, si están fuera sentados, sentir cómo el mar les hace cosquillas en los pies.

5. Lefkes y los pueblos del interior

Lefkes
Lefkes. Foto: Flickr (A_Peach)

Sí, en verano puede hacer un calor abrasador, pero si se va en las horas benignas, Lefkes bendice al visitante con su ritmo pausado y sereno. Rodeada de colinas coronadas por molinos de viento, fue la capital de Paros en la Edad Media y da la impresión de no haber cambiado mucho desde entonces. Su principal atracción es la catedral de Agias Trias, un edificio impresionante rodeado de olivos. Más allá de la costa, Paros también seduce por las pequeñas poblaciones que, en su interior, se resguardan de la brisa marina.

6. Antiparos

Antiparos
Antiparos. Foto: Wikimedia Commons (Bgabel)

Se podría pensar que esta minúscula isla de mil habitantes es la hermana pequeña de Paros, pero lo cierto es que posee su propia personalidad. A parte del puerto y sus calles cercanas –donde hay cierta concentración de turistas– uno tiene la sensación al llegar de que está fuera de los destinos más trillados. Explorar el pueblo, los caminos y las playas es un auténtico placer. Además, en Antiparos se puede visitar una espectacular cueva natural.           

Paros sonríe… sabe que sus encantos son muchos. Si las sirenas cautivaron a marineros y héroes, ella hace lo propio con otros viajeros, aunque sin cantar, sin hacer ruido. El simple mortal pensará que quizás su truco sea su carácter indómito y acogedor a partes iguales, o puede que esa esencia concentrada de puro Mediterráneo, el perfume que se pone cada noche antes de ir a dormir. Sólo ella sabe cómo lo hace. Satisfecha, espera a los próximos hombres y mujeres que la visitarán, mientras sigue meciéndose sobre el Egeo.

Lydia Rodríguez